Eduardo Galeano - Textos cortos

5 textos de El libro de los abrazos • por Eduardo Galeano




El origen del mundo
Hacía pocos años que había terminado la gran guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
Pero, papá –le dijo Josep, llorando–. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Tonto –dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto–. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.

Crónica de la ciudad de Bogotá
Cuando el telón caía, al fin de cada noche, Patricia Ariza, marcada para morir, cerraba los ojos. En silencio agradecía los aplausos del público y también agradecía otro día de vida burlado a la muerte.
Patricia estaba en la lista de los condenados, por pensar en rojo y en rojo vivir; y las sentencias se iban cumpliendo, implacablemente, una tras otra.
Hasta sin casa quedó. Una bomba podía volar el edificio: los vecinos, obedientes a la ley del miedo, le exigieron que se fuera.
Ella andaba con chaleco antibalas por las calles de Bogotá. No había más remedio; pero el chaleco era triste y feo. Un día, Patricia le cosió unas cuantas lentejuelas, y otro día le bordó unas flores de colores, flores bajando como en lluvia sobre los pechos, y así el chaleco fue por ella alegrado y alindado, y mal que bien pudo acostumbrarse a llevarlo siempre puesto, y ya ni en el escenario se lo sacaba.
Cuando Patricia viajó fuera de Colombia, para actuar en teatros europeos, ofreció su chaleco antibalas a un campesino llamado Julio Cañón.
A Julio Cañón, alcalde del pueblo de Vistahermosa, ya le habían matado a toda la familia, a modo de advertencia, pero él se negó a usar ese chaleco florido:
Yo no me pongo cosas de mujeres –dijo.
Con una tijera, Patricia le arrancó los brillitos y los colores, y entonces el hombre aceptó.
Esa noche lo acribillaron. Con el chaleco puesto.


Elogio de la iniciativa privada
Jesús te mira. Vayas donde vayas, sus ojos te siguen. La tecnología moderna ayuda al hijo de Dios a cumplir sus funciones de vigilancia universal. Tres capas de plástico polarizado, que bloquean sucesivamente el paso de le luz, le facilitan la tarea.
Allá por 1961 o 1962, una de estas imágenes de ojos corredizos llamó la atención de un periodista. Julio Tacovilla iba caminando por una calle cualquiera de Buenos Aires, cuando se sintió observado. Desde una vidriera, Jesús le había clavado los ojos. Retrocedió y la mirada de Jesús retrocedió con él. Se detuvo y la mirada se detuvo. Avanzó y la mirada avanzó.
Esta señal divina le cambió la vida y lo sacó de pobre.
Poco después, Tacovilla voló a Port-au-Prince, y por medio de la embajada de su país en Haití consiguió una audiencia con el presidente vitalicio Papa Doc Duvalier.
Llevaba un gran cuadro bajo el brazo:
Tengo algo que mostrarle, Excelencia –dijo.
Era un retrato del dictador. Los ojos se movían.
Papa Doc te mira –explicó Tacovilla.
Papa Doc asintió con la cabeza.
No está mal –dijo, yendo y viniendo ante su propia imagen–. ¿Cuántos puede hacer?
¿Cuánto puede pagar?
Le pago lo que sea.
Y así Haití se llenó de miradas vigilantes y el inquieto periodista se llenó de dinero.

Mapamundi/2
Al sur, la represión. Al norte, la depresión.
No son pocos los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.
La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni más héroes que los banqueros.
La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseña el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.

 
La función del lector/2
Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente.
Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le resultó enano.
José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas.
Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió, por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos, y ya no pudo desprenderse. El capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco.
Después, lo metieron preso; y se fue al exilio.
Grabados de Eduardo Galeano

(Extraído de  http://www.revistasincope.com)

Aprender para ser más libres.


¿Te preguntaste alguna vez qué pasaría si dejásemos de querer ser inteligentes, de ser cuestionadores, de ser reflexivos? 
Yo creo que esto no va a ocurrir nunca, y tengo la esperanza de que cada día, cada uno de nosotros tendrá más ansias de conocimiento. Cada vez que me enfrento a un alumno que rechaza el aprendizaje solo veo su falta de seguridad, falta de confianza en su capacidad y para no arriesgarse a fallar pone el freno antes. 
Si te viste en esta situación alguna vez, y puedes reconocerte, ya has dado el paso más importante. De aquí en más solo tienes que superarte. Intentar, con voluntad, es ya la primera muestra de inteligencia. Todo lo que sigue es ganancia.
No te culpes, las frustraciones con las que cargás son responsabilidad nuestra, del mundo adulto que te trajo y te dejó este lastre...
Debemos siempre perfeccionarnos, es decir, mejorar lo que ya somos. Si no... ¿para qué todo?
Anahí Caraballo

Más libros, más libres...


Más libros, más libres...
Permítete un buen ejercicio para la imaginación, para el alma, para la conciencia, para la libertad...
Permítete una buena lectura...
"El ahogado más hermoso del mundo" Gabriel García Márquez
"Un señor muy viejo con unas alas enormes" Gabriel García Márquez
"El retarato oval" Edgar Allan Poe 
"El escarabajo de oro" Edgar Allan Poe 
"El guardagujas" Juan José Arreola 
"Continuidad de los parques" Julio Cortázar